martes, 29 de noviembre de 2016

LA COMPASION: el principal tranquilizante.



"la práctica de la compasión es una medicación que 
restablece la serenidad cuando uno se encuentra muy agitado"


 *  Diálogo entre el DALAI LAMA y diversos científicos, psicólogos y filósofos


"" –Hablando en términos generales –intervino entonces el Dalai Lama, que parecía tener muchas cosas que decir, antes de comprometerse con la práctica budista - uno debe tener en cuenta cuál es su objetivo y cuáles son sus beneficios. Éste es un procedimiento muy práctico y, si usted se salta este estadio, lo más probable es que, cuando se le diga que cultive la compasión, desarrolle algo artificial que carezca de todo interés.
  Un procedimiento utilizado tradicionalmente por el budismo para el cultivo de la compasión, por ejemplo, consiste en contemplar a cualquier persona como si se tratara de nuestra propia madre. Ya sé que no es posible demostrar de forma lógica que un determinado ser ha sido realmente nuestra madre en una vida pasada, pero ésa no es razón para no contemplar a todos los seres como si fueran nuestra madre. ¿Y por qué deberíamos hacer tal cosa? Porque el hecho de considerar a un individuo como si fuera nuestra madre evoca naturalmente el sentimiento de afecto, aprecio, amabilidad y gratitud. Poco importa, cuando uno reconoce esa motivación profunda, que haya sido nuestra madre o no, porque basta entonces con cobrar conciencia del beneficio y del propósito de esta práctica para estar en condiciones de acometerla.

  De manera parecida, uno de los antídotos utilizados tradicionalmente para contrarrestar el apego –el verdadero apego- consiste en apelar a la imaginación. En tal caso, por ejemplo, uno imagina el mundo cubierto de huesos y esqueletos, una forma, por supuesto, muy poco gratificante y satisfactoria de contemplar la realidad. ¿Por qué diablos debería uno hacer tal cosa? ¿No es acaso mucho más amable contemplar el mundo cubierto de flores? Pero no es difícil comprender que este tipo de reflexión puede ayudarnos a liberar la mente del apego. Se trata de un medio hábil para neutralizar lo que nos inquieta, una forma de contrarrestar todo aquello que perturba nuestro bienestar. Quienes sean capaces de reconocer que el problema se asienta en su propia mente podrán verificar y comprobar por sí mismos la eficacia de este método.
Uno podría tener la impresión de que el cultivo del amor y de la compasión es algo que hacemos por los demás, una especie de ofrenda que realizamos al mundo, pero, en realidad, ésa es una forma muy superficial de ver las cosas. La experiencia directa pone claramente de manifiesto que el primer beneficiado de la práctica de la compasión es uno mismo. 
La práctica de la compasión nos reporta, por así decirlo, un beneficio del cien por cien, mientras que el beneficio que supone para los demás es tan sólo del cincuenta por ciento. Así pues, uno mismo es el principal beneficiario del cultivo de la compasión.

Luego, el Dalai Lama señaló que, en las escrituras budistas, el bodhisattva –la persona que alcanza un elevado nivel de logro espiritual mediante la práctica de la compasión- disfruta de una gran felicidad y bienestar debido a que desarrolla un nivel inusual de amor y de compasión que le permiten amar al prójimo más que a sí mismo.
–Mi pequeña experiencia al respecto –confirmó Paul Ekman, que se había visto gratamente sorprendido por la actitud emocional sostenida por el Dalai Lama-  durante todo el encuentro me ha permitido descubrir que el afecto y el respeto por los demás nos fortalece internamente y nos hace sentir más tranquilos y felices. Es cierto que no se trata de una panacea que resuelva todos los problemas, pero ¿a quién le importa? En tal caso, las circunstancias adversas pueden hacernos sentir mal durante unos instantes, pero luego nos recuperamos con más prontitud y volvemos a sentirnos en paz.
Yo creo que la práctica de la compasión es una medicación que restablece la serenidad cuando uno se encuentra muy agitado –concluyó el Dalai Lama. Y es que la compasión es el principal de los tranquilizantes.
Durante todo su comentario sobre la compasión, el Dalai Lama se mostró muy animado y se manifestaba con gestos muy vigorosos que expresaban claramente su interés por el tema.
Ustedes saben –señaló entonces Matthieu, ampliando el marco del debate- que la Declaración de los Derechos Humanos tiene cincuenta y ocho artículos. Pero en nuestra relación con los demás, hay un artículo que los resume a todos, es decir, que nadie quiere sufrir y que los demás quieren –y tienen el mismo derecho que nosotros– a ser felices. Esta sencilla afirmación resume, en última instancia, toda la Declaración de los Derechos Humanos.


* fragmento del libro "Emociones destructivas";   Daniel Goleman  compila y documenta los diálogos que mantuvo el Dalai Lama y un selecto grupo de eruditos budistas, psicólogos, neurocientificos y filósofos reunidos para comprender, dilucidar y combatir las emociones destructivas.

Fotografia:    Nico Fredia  









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martes, 22 de noviembre de 2016

A LA LUZ DE NUESTRA PROPIA SOMBRA...




"... para arrojar luz a nuestra propia sombra debemos indagar  puntos de nuestra
 relación con nuestros otros significativos."


*    Paula Perticone.


Mientras tengamos vida, ella nos acompaña o nos persigue, depende cuánto hayamos aprendido a querernos y a valorar nuestro reverso.
Tal como la sombra real -que va decreciendo a medida que se acerca el mediodía- a mayor luz, más pequeña parece; pero a medida que la noche se acerca, se escabulle en ella, ampliando su alcance y haciendo que nos perdamos en esa oscuridad.
Esta es una metáfora de como puede ser la relación que tengamos con aquellas cualidades y atributos que desconocemos como propios pero que se hallan en nuestro inconsciente. El analista Edward Whitmont describió la sombra en términos junguianos de la siguiente manera: “todo lo que hemos ido rechazando en el curso del desarrollo de nuestra personalidad por no ajustarse al ego ideal”.  Ese ego ideal -con el cual generalmente identificamos nuestro ser-, se haya en consonancia con lo que en nuestro entorno familiar y cultural está bien visto y aprobado. Todas las tendencias, actitudes, pensamientos, emociones y sentimientos que no estén en sintonía con ello, pasan a formar parte de nuestra sombra.
A medida que transcurre la vida y la dicotomía avanza, nuestra personalidad se empobrece bajo el mandato tirano de nuestro pequeño ego, que manda al sótano de nosotros mismos todas aquellas aptitudes que ponen en cuestionamiento su autoridad. Pero esto no termina allí. Ese sótano no es impenetrable. Por allí se cuelan las sombras y ven la luz a través de los semblantes de otras personas que nos salen al encuentro cual espejos.
La forma más rápida para arrojar luz a nuestra propia sombra es indagar algunos puntos de nuestra relación con nuestros otros significativos. Preguntarse sobre los sentimientos desmedidos que ellos nos despiertan: admiración, desagrado, enojo, pasión irrefrenable, irritación o lástima, incluso a veces sin conocer a esas personas. Prestar atención a las quejas u observaciones que tienen sobre nuestras facetas negativas diferentes personas en distintos momentos. Observar los enojos viscerales que padecemos ante los errores de los demás, independientemente del tamaño de los mismos.
Luego, deberíamos tener la valentía de buscar en nuestras conversaciones privadas, aquellos escenarios donde fantaseamos posibles charlas, desenlaces heroicos o terribles, donde actuamos y decimos todo lo que en la vida cotidiana no nos animamos. Y aquí vamos a notar que lo que vemos en los demás es lo que más celosamente guardamos en estas fantasías que no nos animamos hablar con nadie por pudor, vergüenza o miedo.
Todo eso nos pertenece. Reconocerlo, alumbrarlo, integrarlo a nuestra personalidad, e incluso la forma en que lo hagamos, nos va a otorgar autenticidad. Allí comienza nuestro proceso de individuación, que en términos junguianos representa el proceso que nos lleva a ser únicos de dos formas: la primera en cuanto a nuestra distinción de los demás y la segunda, a ser uno mismo sin divisiones internas, ser íntegros.
Al principio no será fácil: nos encontraremos en múltiples situaciones sintiendo, haciendo y diciendo cosas que antes no éramos capaces de ver en nosotros mismos, aunque estaban ahí. Esto va a entrar en contraposición directa con el ego que va a querer que todo eso que valientemente sacamos, vuelva al sótano.
Pero si somos fuertes y resistimos al miedo que nos despierta dejar de ser quién creíamos que somos para ver e integrar lo que realmente somos, vamos a ver que estos hallazgos de nosotros  mismos, sólo  parecen inadecuados porque se encuentran desfasados en tiempo y espacio.
Si, con amor, logramos que sean pertinentes, precisos y, mediante el discernimiento, encontramos los momentos, las circunstancias y las personas adecuadas para vivirlos, veremos que nuestra personalidad se enriquece infinitamente; porque ese sótano no tiene fin, la riqueza del inconsciente es inacabable.

 

* Lic Paula Perticone.    Psicóloga, analista junguiana,  miembro de Campo Vincular Salud .   Articulo publicado en la revista Ahora.  http://www.revistaahora.com.ar/

Fotografia:  Noell  Oszvald. 








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martes, 8 de noviembre de 2016

LA VIDA ES NUESTRO MAESTRO. EL CAMINO: LA ATENCION PLENA.



"...debemos estar dispuestos a que la vida se convierta en nuestro maestro."   



  *  Jon Kabat-Zinn

 " ¿Ha advertido alguna vez que no hay forma de escapar de nada? ¿Qué tarde o temprano, las cosas a las que no quiere enfrentarse, de las que trata de huir o que intenta disimular y fingir que no están ahí le persiguen, especialmente si están relacionadas con viejos patrones y temores? 
Solemos tener la idea romántica de que si en esa dirección las cosas no marchan bien, basta con ir en otra dirección y las cosas serán distintas. Si el trabajo no nos satisface, cambiamos de trabajo. Si con nuestra pareja las cosas no van bien, cambiamos de pareja. Si esta ciudad no nos gusta, cambiamos de ciudad (…) El pensamiento subyacente a esta manera de obrar es que la causa de nuestros problemas está fuera de nosotros, en el lugar, en los demás, en las circunstancias. Creemos que si cambiamos de lugar y cambiamos de circunstancias, todo se colocará en su sitio; que podremos volver a empezar, tener un nuevo comienzo.
   El problema con esta manera de ver las cosas es que pasa por alto con extrema facilidad el hecho de que nos llevamos con nosotros nuestra mente y nuestro corazón. No podemos escapar de nosotros mismos, por mucho que lo intentemos. Y, por más que eso sea lo que nosotros queremos, ¿por qué motivo deberíamos sospechar que las cosas serian diferentes o mejores en algún otro lugar? Tarde o temprano emergerían los mismos problemas, pues efectivamente se originan en gran parte en nuestros patrones, en nuestras formas de ver, de pensar y de comportarnos. Con mucha frecuencia, nuestra vida deja de funcionar porque dejamos de trabajar en ella, porque no estamos dispuestos a asumir la responsabilidad ante el hecho de que las cosas son como son y trabajar con nuestras dificultades. No entendemos que realmente es posible llegar a ver con claridad, comprender y transformarnos justo en medio de lo que hay aquí y ahora, por muy problemático que pueda ser. Pero resulta mucho más fácil y menos amenazador para nuestro sentido del yo proyectar nuestra responsabilidad con relación a los problemas en otras personas y en el entorno.
Resulta mucho más fácil encontrar defectos en los demás, culpar a otros, creer que lo que hace falta es se produzca un cambio en el exterior, huir de las fuerzas que nos retienen y que impiden que crezcamos y que encontremos la felicidad. Podemos incluso culparnos a nosotros mismos de todo eso y, en un último intento de huir de la responsabilidad, salir corriendo con la sensación de que el problema que hemos creado no tiene solución o que el daño que hemos sufrido no tiene arreglo. En cualquier de estas dos cosas, creemos que somos incapaces de cambiar o de crecer, y que lo que debemos hacer es quitarnos de en medio para ahorrar sufrimiento a los demás.
Las víctimas de esta manera de ver las cosas están por todas partes. Miremos donde miremos encontraremos relaciones rotas, familias rotas: vagabundos sin raíces que van perdidos de un lugar a otro, de un trabajo a otro, de una relación a otra, de esta idea de salvación a otra, con la desesperada esperanza de que la persona adecuada o el libro adecuado mejorarán la cosas; o que se sienten aislados, indignos de ser amados y sumidos en la desesperación y que han dejado de buscar e incluso de hacer cualquier intento, por torpe que sea, de encontrar la paz interior.

(…)
   Ninguna solución conducirá al crecimiento hasta que afrontemos por completo la situación presente y nos abramos a ella con atención plena, permitiendo que la aspereza de la situación misma lime nuestros cantos afilados. En otras palabras, debemos estar dispuestos a que la vida se convierta en nuestro maestro.
   Este camino consiste en trabajar donde quiera que estemos, con lo que nos encontremos en el aquí y ahora. Así pues, esto es lo que hay… este lugar, esta relación, este dilema, este trabajo. El reto de la atención plena consiste en trabajar con las circunstancias con las que nos encontramos –por muy desagradables, desalentadoras, limitadas, interminables y estancadas que puedan parecer- y asegurarnos de que hemos hecho todo lo que está a nuestro alcance por utilizar sus energías para transformarnos a nosotros mismos antes de decidir cortar por lo sano y pasar a otra cosa. Es precisamente aquí donde debe tener lugar el trabajo real.

(…)
Siempre hay algo que puede no gustarnos. Así pues, ¿Por qué no soltar y admitir que también podríamos estar perfectamente cómodos donde quiera que estemos? En ese preciso instante entramos en contacto con la esencia de nuestro ser e invitamos a la atención plena a entrar y curarnos.

 del libro:  "Mindfulness en la vida cotidiana"- (parrafo)



Jon Kabat-Zinn - Profesor emérito de medicina, fundador y director de la Clínica para Reducción del Estrés y del Centro para la Atencion Plena  (Mindfulness) en la Medicina, el Cuidado de Salud, y la Sociedad en la Escuela de Medicina de la Universidad de Massachusetts. Autor de numerosos libros.

  Fotografia: Leyla Emektar.  "Strawberry Greenhouses";  ganadora categoria Travel del premio internacional Siena 2016 :  







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martes, 1 de noviembre de 2016

EL PODER DE LO PEQUEÑO EN EL DUELO



Ese “no saber qué decir” propio del acompañamiento en el duelo es tan significativo; revela el valor de nuestra presencia silenciosa, el valor del abrazo y de la mano tendida... revela el PODER DE LO PEQUEÑO. 




 *  JOSE CARLOS BERMEJO


QUÉ ES EL DUELO...  el duelo es esa experiencia de dolor, lástima, aflicción o resentimiento que se manifiesta de diferentes maneras con ocasión de la pérdida de algo o alguien con valor significativo. Hay diferentes tipos de duelo. Vivimos un duelo anticipatorio antes de que la pérdida se produzca, que, en la mayoría de los casos, contribuye a prepararse a la misma. Vivimos un impacto normal en el momento de la pérdida, que dura un tiempo diferenciado según cada persona y el valor de lo perdido (duelo normal). 
 Otras personas tardan en reaccionar en su vivencia y manifestación del dolor y hablamos entonces de duelo retardado. No falta quien no consigue colocar dentro de sí la propia historia y puede caer en un duelo crónico o incluso patológico. 
  En todo caso, el duelo por la pérdida de un ser querido es un indicador del amor hacia la persona fallecida. No hay amor sin duelo. Alguien tiene que perder al otro, antes o después. Se diría que, por doloroso que resulte, forma parte de la condición humana.    Incluso, por extraño que pudiera parecer decirlo, si la muerte no nos arrancara a los seres queridos, si viviéramos indefinidamente, la vida perdería su color, moriría la solidaridad ante la vulnerabilidad ajena, la eternidad nos quitaría sabor a las experiencias humanas que lo tienen también por ser finitos, limitados, mortales. Pero no es la razón precisamente la instancia que más nos ayuda en los momentos de dolor por la pérdida de un ser querido, aunque a veces pareciera que lo deseáramos y que pretendiéramos hacernos estoicos e intentar consolarnos con argumentos en lugar de con afectos. Nunca, en el dolor por la pérdida de un ser querido, alcanzará ningún razonamiento ni ninguna frase, por bien intencionada que sea dicha, el valor y la densidad de un signo que exprese cercanía y afecto, comunión y acompañamiento en el sentimiento –cualquiera que sea– que se vive.
(...)  
   Siempre hay más personas en duelo, afectadas por la muerte del otro, que personas que mueren. Cada muerte afecta a un grupo importante de personas que sufren por la pérdida, ya antes de que se produzca, cuando ésta no es de manera repentina. Y, sin embargo, la reflexión sobre el duelo, sobre la pérdida de un ser querido, sobre el modo de acompañar a quien vive este sufrimiento, es bastante escasa. 
   De alguna manera, de la mano de la muerte, el duelo constituye uno de esos temas tabú sobre los que tampoco somos educados a vivirlo sanamente si no es por la fuerza de la experiencia próxima cuando ésta sea capaz de transmitirnos alguna clave. 
   ¿Es posible pensar que la muerte del otro, además de desgarro, puede enseñar a vivir y humanizarnos? ¿Hay acaso algo de positivo que podamos encontrar en la muerte o en el proceso del morir o del acompañamiento a quien vive su propia muerte –si no se la expropian–, que nos pueda aportar algo para ser más felices? ¿No es la muerte de un ser querido una pérdida dolorosa que, sobre todo, nos desgarra y nos pone en crisis? Sí. Lo es. Y, sin embargo, el morir y la muerte reclaman verdad y verdades que aprender y pueden contribuir a humanizarnos. 
   La muerte nos pone irremediablemente ante el misterio de la vida. Nos impone silencio, y el silencio vacío, y el vacío reflexión inevitable. Y, de alguna manera, nos hace a todos filósofos, pensadores sobre el sentido último de la vida, de las relaciones, del amor. Pero no es un pensar cualquiera el que desencadena la muerte, sino un pensar sintiendo intensamente, un vivir ante el enigma que nos embaraza a todos de posibilidad de engendrar y parir sentido. La muerte, así, puede enseñar a vivir y humanizarnos. Enseña a vivir porque reclama valores que fácilmente pueden estar relegados en la cotidianeidad, valores evocados más por el sentimiento que por la razón, valores que reclaman relación y acompañamiento.
 Ese “no saber qué decir” propio del acompañamiento en el duelo es tan significativo como que revela nuestra identidad de limitación, de vulnerabilidad, de pobreza; revela el valor de nuestra presencia silenciosa, el valor del abrazo y de la mano tendida, de la mirada y de la caricia sincera; revela el poder de lo pequeño, de lo sencillo, la necesidad de lo simbólico para sobrevivir, para seguir viviendo. 

 Del libro: "Acompañamiento en el duelo y medicina paliativa". Cap: "Acompañar y vivir sanamente el duelo"
  

 Bermejo José Carlos:  Máster en bioética, Director del Centro de Humanización de la Salud de los Religiosos Camilos y de la Escuela de Pastoral de la Salud de la FERS. Autor de "Mas corazon en las manos", "Couselling y cuidados paliativos", "La humanizacion en la salud", etc

     Fotografia:  Felicia Simion.





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