martes, 24 de enero de 2017

TRANSFORMACION y MADURACION.


 La preparación de la totalidad de la personalidad
es misión de la mitad de la vida



   *  JOLANDE JACOBI


   Seguir por el «camino del centro» es misión del hombre maduro, porque la situación psicológica del individuo es diferente en cada edad. 
    Al comienzo de la vida del hombre tiene que salir de la niñez, época de la vida totalmente unida al inconsciente colectivo, para llegar a la diferenciación y perfilación de su yo. Tiene que tomar pie en la vida real y vencer los problemas que ésta le plantea —sexualidad, profesión, matrimonio, descendencia, obligaciones y relaciones—. De aquí que sea de suma importancia crear los instrumentos necesarios para esta adaptación y afincamiento en la máxima diferenciación posible de su función superior constitucional.   Sólo cuando esta labor, que representa toda aquella primera mitad de la vida, ha sido totalmente llevada a cabo se efectuará la asociación de la adaptación a lo externo y la experiencia y adaptación a lo interior. 
   Si se ha realizado la estructuración y afirmación de la actitud de la personalidad frente al mundo exterior, entonces puede dirigirse la energía a las realidades intrapsíquicas, hasta entonces más o menos desatendidas, y la vida humana podrá alcanzar su perfección.        Porque «el hombre tiene dos clases de finalidades que cumplir: la primera es una finalidad natural, la procreación de la descendencia y todos los quehaceres que lleva consigo la protección de la prole, a los cuales pertenece la adquisición de dinero y de posición social. Cumplida esta finalidad, comienza otra fase: la finalidad de la cultura», «Una meta espiritual, que va más allá del mero hombre natural y su existencia mundana, es una necesidad indispensable para el estado de salud del alma; pues es el punto de apoyo de Arquímedes desde el que únicamente puede ser izado el mundo y transformar un estado natural en uno cultural» 
   La preparación de la totalidad de la personalidad es misión de la mitad de la vida. Parece significar la preparación para la muerte, en el más profundo sentido de esta palabra, por que la muerte no es menos importante que el nacimiento y, como éste, es inseparable de la vida. 
  La propia naturaleza, si es que la comprendemos exactamente, nos toma en este caso entre sus brazos protectores. Cuanto más viejos nos hacemos, tanto más velado aparece el mundo exterior, el cual pierde constantemente color, sonido y placer, y con mayor fuerza nos llama y ocupa el mundo interior. El hombre que va para viejo se va aproximando cada vez más al estado de deslizamiento en lo psíquico colectivo, del cual cuando niño pudo salir con grandes esfuerzos. Y de este modo se cierra el ciclo, pleno de sentido y armónico, de la vida humana, y el principio y el fin coinciden como el Ouroboros en la imagen, la serpiente que muerde su propia cola simbólicamente desde tiempos inmemoriales. 
   Si esta misión se ha cumplido exactamente, la muerte pierde irremisiblemente su horror y tiene sentido incluirla en la vida total. Pero como el cumplimiento de aquellas exigencias que plantea al hombre la primera mitad de la vida lo logran, al parecer, muy pocos —como lo demuestra el gran número de adultos infantiles—, la perfección de la vida, por la realización del sí mismo, le está reservada a los menos. Precisamente estos pocos, sin embargo, han sido en todo tiempo los creadores de la cultura frente a aquellos que tan sólo han traído y fomentado la civilización. 
  Porque la civilización es siempre hija de la ratio, del intelecto; la cultura, por el contrario, surge del espíritu, y el espíritu jamás es prisionero de la conciencia, como el intelecto, sino que contiene, forma y domina simultáneamente todas las profundidades del inconsciente de la naturaleza primitiva. 
  Las condiciones históricas, el pasado y el espíritu de la época son siempre factores codeterminantes de la situación psicológica del ser humano; y el destino peculiar e individual del hombre de Occidente es la reducción de su lado instintivo a lo largo de los siglos por la superdiferenciación del intelecto. Ahora, el desarrollo incontenible y a veces vertiginoso de la técnica, le plantea requerimientos que van más allá de sus posibilidades psíquicas; ha perdido, así, casi totalmente la relación natural con su inconsciente. El hombre occidental ha llegado a ser tan «inseguro instintivamente» que queda como una caña fluctuante, arrojado aquí y allá por el mar de su inconsciente, cada vez más crecido, más poderoso y agitado, y en riesgo de ser sumergido y tragado por las olas, como puede percibirse de un modo impresionante en los acontecimientos de los últimos tiempos. 
  «En tanto que las colectividades representan agrupaciones de individuos, sus problemas son igualmente agrupaciones de problemas individuales. Una parte de ellos se identifica con los problemas de los hombres superiores y no puede descender del nivel mientras otra se identifica con los problemas de los hombres inferiores y quisiera llegar a la superficie. Tales problemas jamás son solucionados mediante leyes y artificios. Su solución sólo se alcanza por la modificación general de la actitud. Y esta modificación no se inicia ni con propaganda o mítines ni a la fuerza. Comienza con la modificación en el individuo y se traduce en la transformación de las tendencias e inclinaciones personales, de la concepción de la vida y de sus valores, y únicamente el cúmulo de estas transformaciones individuales aportará la solución colectiva» 
   El llegar a ser «sí mismo» no es un experimento a la moda, sino el problema máximo que puede plantearse el individuo. Hallarse frente a sí mismo significa posibilidad de arraigo indestructible e imperecedero en la naturaleza primitiva psíquica objetiva. De este modo el individuo se sitúa de nuevo en la eterna corriente, en la cual el nacimiento y la muerte son tan sólo estaciones de tránsito y el sentido de la vida deja de radicar en el yo. Frente al tú, aporta aquella tolerancia y bondad que sólo puede rendir quien ha investigado y vivido conscientemente sus propias profundidades más oscuras. Y frente a lo colectivo, su valor estriba en que opone a lo colectivo el hombre pleno de responsabilidad, que conoce los deberes de todo lo individual para lo general por experiencia personalísima de su totalidad psíquica.   


* del libro "La psicologia de C. G. Jung"
   JOLANDE JACOBI.  psicologa suizo-alemana quien trabajara e investigara en el Instituto CG Jung en Zurich junto al dr Jung.  Autora de:  "La psicologia de C G Jung"; "Complejo, arquetipo y simbolo" y "Mascaras del Alma" etc

     Fotografia:  Anthony Fragione - "Riviera francesa"






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martes, 17 de enero de 2017

TRANSFORMAR A UN PATITO FEO EN CISNE:... RESILIENCIA.


En esta metáfora del arte de navegar en los torrentes, la adquisición de recursos
 internos ha dado al resiliente la confianza y la alegría que le caracterizan.





   * Boris Cyrulnik


  La resiliencia es el arte de navegar en los torrentes. Un trauma ha trastornado al herido y le ha orientado en una dirección en la que le habría gustado no ir. Sin embargo, y dado que ha caído en una corriente que le arrastra y le lleva hacia una cascada de magulladuras, el resiliente ha de hacer un llamamiento a los recursos internos que se hallan impregnados en su memoria, debe pelearse para no dejarse arrastrar por la pendiente natural de los traumas que le impulsan a correr mundo y a ir de golpe en golpe hasta el momento en que una mano tendida le ofrezca un recurso externo, una relación afectiva, una institución social o cultural que le permita salir airoso.
 En esta metáfora del arte de navegar en los torrentes, la adquisición de recursos internos ha dado al resiliente la confianza y la alegría que le caracterizan. Estas aptitudes, adquiridas fácilmente en el transcurso de la infancia, le han dado el vínculo afectivo de tipo protector y los comportamientos de seducción que le permiten permanecer al acecho de toda mano tendida. Sin embargo, y dado que hemos aprendido a considerar a los hombres mediante la palabra «devenir», podremos constatar que aquellos que se han visto privados de estas adquisiciones precoces podrán ponerlas en marcha más adelante, aunque más lentamente, con la condición de que el medio, habiendo comprendido cómo se forja un temperamento, disponga en torno a los heridos unas cuantas guías de resiliencia. 
Cuando la herida está en carne viva, uno siente la tentación de recurrir a la negación. Para ponerse a vivir de nuevo, es preciso no pensar demasiado en la herida. Pero con la perspectiva del tiempo, la emoción que provocó el golpe tiende a apagarse lentamente y a no dejar en la memoria más que la representación del golpe. Ahora bien, esta representación que se construye tan trabajosamente depende de la manera en que el herido haya conseguido dar un contenido histórico al acontecimiento. A veces, la cultura hace de ello una herida vergonzosa, mientras que, en otras circunstancias, se muestra dispuesta a atribuirle el significado de un acto heroico. 
El tiempo dulcifica la memoria, y los relatos metamorfosean los sentimientos. A fuerza de procurar comprender, de intentar encontrar palabras para convencer y de tratar de dis-poner de imágenes que evoquen la realidad, el herido consigue vendar la herida y modificar la representación del trauma. 
Se acepta sin esfuerzo la idea de que la guerra de 1914 a 1918 fue una inmensa carniceria cenagosa, pero, ¿quién se acuerda de los sufrimientos de las poblaciones durante la guerra de Troya? La estratagema del colosal caballo de madera ha ejercido el efecto de una fábula, ya no evoca la hambruna de diez años de sitio, ni las masacres con arma blanca, ni las quemaduras del incendio que siguieron a esta hermosa historia. La realidad se ha visto transfigurada por los relatos de nuestra cultura enamorada de la Grecia antigua. El sufrimiento se ha apagado, sólo queda la obra de arte.
 La perspectiva del tiempo nos invita a abandonar el mundo de las percepciones inmediatas para vivir en el de las representaciones duraderas. El trabajo de ficción que permite la expresión de la tragedia, ejerce entonces un efecto protector. Y esto equivale a decir que hablar de resiliencia en términos de individuo constituye un error fundamental. 
No se es más o menos resiliente, como si se poseyera un catálogo de cualidades: la inteligencia innata, la resistencia al dolor, o la molécula del humor. La resiliencia es un proceso, un devenir del niño que, a fuerza de actos y de palabras, inscribe su desarrollo en un medio y escribe su historia en una cultura. 
Por consiguiente, no es tanto el niño el que es resiliente como su evolución y su proceso de vertebración de la propia historia. Esta es la razón de que todos los que han tenido que superar una gran prueba describan los mismos factores de resiliencia. En primer lugar, se indica siempre el encuentro con una persona significativa. A veces basta con una, una maestra que con una frase devolvió la esperanza al niño, un monitor deportivo que le hizo comprender que las relaciones humanas podían ser fáciles, un cura que transfiguró el sufrimiento en transcendencia, un jardinero, un comediante, un escritor, cualquiera pudo dar cuerpo al sencillo significado: «Es posible salir airoso». Todo lo que permite la reanudación del vínculo social permite reorganizar la imagen que el herido se hace de sí mismo. La idea de «sentirse mal y ser malo» queda transformada tras el encuentro con un camarada afectivo que logra hacer germinar el deseo de salir airoso. Dibujar, jugar, hacer reír a los demás, son cosas que permiten despegar la etiqueta que los adultos adhieren con tanta facilidad: «[... ] vivir en una cultura en la que se pueda dar sentido a lo que nos ha ocurrido: organizar la propia historia, comprender y dar», son los más simples medios de defensa, los más necesarios y los más eficaces. 
Y esto quiere decir que una cultura de consumo, incluso en aquellos momentos en que la distracción resulta agradable, no ofrece factores de resiliencia. Alivia durante algunos minutos, como le ocurre a los espectadores ansiosos, que logran olvidarse de los tranquilizantes en aquellas noches en que ven la televisión. Sin embargo, para dejar de sentirse malo, para llegar a ser esa persona por cuya intermediación llega la felicidad, es preciso participar en la cultura, comprometerse con ella, convertirse en actor y no seguir siendo mero espectador. 
Estos testimonios... confirman que la resiliencia no es ni una vacuna contra el sufrimiento, ni un estado adquirido e inmutable, sino un proceso, un camino que es preciso recorrer, dice Paul Bouvier. ¿Cómo puede abrirse uno su propio camino en el ovillo de una cultura? ¿Cómo puede uno retomar su desarrollo cuando el camino está cortado? Hoy en día parece que nos acercamos a una bifurcación. 
Durante las últimas décadas, las victorias de los Derechos del Hombre y nuestra cultura tecnológica nos han hecho creer en la posibilidad de la erradicación del sufrimiento. Ese camino nos permitía esperar que una mejor organización social y unos cuantos buenos productos químicos serían capaces de suprimir nuestros tormentos. El otro camino, más escarpado, nos muestra que el transcurso de la vida nunca carece de pruebas, pero que la elaboración de los conflictos y el trabajo de resiliencianos permiten retomar el camino, pese a todo. Estas dos vías nos proponen medios diferentes para afrontar los ine-vitables infortunios de la existencia. Será necesario recurrir a todos estos medios de defensa, ya que se prevé que en el siglo xxi las exclusiones se agravarán. 
 Cuando un niño sea expulsado de su domicilio como consecuencia de un trastorno familiar, cuando se le coloque en una institución totalitaria, cuando la violencia de Estado se extienda por todo el planeta, cuando los encargados de asistirle le maltraten, cuando cada sufrimiento proceda de otro sufrimiento, como una catarata, será conveniente actuar sobre todas y cada una de las fases de la catástrofe: habrá un momento político para luchar contra los crímenes de guerra, un momento filosófico para criticar las teorías que preparan esos crímenes, un momento técnico para reparar las heridas y un momento resiliente para retomar el curso de la existencia. 
La vida es demasiado rica para reducirse a un único discurso.  Hay que escribirla como un libro o cantarla como Brassens que, debido a su propia historia, comprendió que basta una minúscula señal para transformar a un patito feo en cisne: 
Elle est à toi cette chanson, Toi l'Auvergnat qui, sans façon, M'a donné quatre bouts de pain Quand dans ma vie il faisait faim.  (Tuya es esta canción, Para ti, auvernés que, sin cumplidos, Me diste cuatro trozos de pan Cuando en mi vida había hambre ) 

de "Los patitos feos"; ultimos parrafos de la conclusion del libro.



*    BORIS CYRULNIIK .    Neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo francés y uno de los fundadores de la etología humana. Entre sus libros se destacan: "Morirse de vergüenza: El miedo a la mirada del otro", "Los patitos feos", "Del gesto a la palabra", " El amor que nos cura", "Bajo el signo del vínculo", "De cuerpo y alma", , "Los alimentos afectivos", etc

      Fotofrafia:    Nico Fredia        








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miércoles, 11 de enero de 2017

CON - TACTO...


APAPACHAR. ...Significa “abrazar o acariciar con el alma”.  
El apapacho da amor, cariño, apoyo, es un impulso que sale de las entrañas.




* Paula  Perticone.


Tengo un vicio, necesito tocar, APAPACHAR. Palabra de origen náhuatl que no tiene traducción fiel a otro idioma. Significa “abrazar o acariciar con el alma”. El apapacho da amor, cariño, apoyo, es un impulso que sale de las entrañas.
Me mudé de mi lugar natal para comenzar mis estudios universitarios a mis 17 años. Luego volví a mudarme para desarrollarme profesionalmente.  Así que tuve que vivir dos desarraigos. No hay nada como volver a encontrarme con las personas que amo y, sin palabras ni preámbulos, zambullirme en un abrazo. Puedo mitigar mi necesidad de escucharlos o verlos con las facilidades de las tecnologías actuales.  Hasta mi necesidad de mi sentido del gusto u olfato con algún dulce casero de mi mamá o con algunas flores que me recuerdan a mi chacra. Puedo mandar un mensaje, una foto, un audio, una carta perfumada o una caja de chocolates para generar la sensación de la cotidianeidad que tenía con ellos, pero no puedo mandarles mi piel, mis sensaciones corporales, no puedo enviar mis manos para sostener, abrazar o contener.
Lo que me hace saberme viva y vivo al otro es  tocarlo, sentir su calidez, su voluntad en los movimientos, su estar presente. Todo lo mencionado anteriormente puede llegar en diferido, luego de que esa persona no esté más.
Tan desacostumbrados estamos que, ante la circunstancia de un apretujón, no sabemos cuánto tiempo, cuál es la intensidad, cuándo es el momento, y todas las formalidades que me falten, para saber si lo que estamos haciendo es lo correcto. O, si es del otro la iniciativa, no tildarlo de desubicado.
En estos últimos años se ha asociado el tocar a las personas con un sentido sexual. Nos hemos llenado de prejuicios que lo único que hacen es poner al prójimo lo más lejos posible. De hecho, nos desacostumbramos tanto que, aquello que de chicos naturalmente significábamos como amor, hoy nos resulta invasivo. Pensamos, más no sentimos  ¿Quiero o no quiero? ¿Qué me dirían mis tripas si no interpusiera mi cabeza todo el tiempo?
Considero que este alejamiento del otro también nos ha llevado a no saber tratarlo con tacto. No me parece casualidad que esta metáfora, que ha perdurado por años, nos sirva para indicar el trato justo y certero con otra persona.
Desde hace milenios vivimos en una civilización que pone como centro de los sentidos a la vista y en escala al resto, hasta llegar al tacto. Paradójico, porque el tacto es el primer sentido que nos diferencia de nuestra madre cuando por la séptima u octava semana de gestación se desarrolla y nos permite comenzar a tener noción corporal. Con el tacto, siendo niños, comenzamos a incorporar el mundo; el tacto es lo que nos calma cuando lloramos: sentirnos contenidos, sentir que hay un otro. No nos alcanza con la visión, ni con la audición de los más cercanos. Si nos lastimamos, asustamos o alegramos con alguna nueva conquista, corremos a los brazos de nuestros seres amados. Necesitamos tocarlos.
Es el sentido más extenso de nuestro cuerpo y el que mayor espacio ocupa en nuestro cerebro para ser procesado. Algunos estudios indican que se puede vivir sin vista, audición, olfato o gusto, pero que nos sería imposible vivir sin tacto. No sé si estos estudios son definitivos. Pero me detuve unos minutos a pensarme sin tacto y me invadió una sensación de vacío y soledad que me achicharró el pecho, que intuyo que llevada el extremo extinguiría mis ganas de vivir.
Háptico, término poco divulgado, define el tipo de percepción que une a la percepción táctil y a la cinestésica. La táctil es  la que nos brinda información a través de la piel y de forma pasiva. La cinestésica nos brinda información a través de los músculos, articulaciones y tendones de forma activa. El háptico es el sistema más desarrollado en las personas no videntes que les permite aprehender e incorporar de forma directa el mundo que los rodea.  Hay tanta cantidad de energía que ponemos a disposición de nuestros ojos que nos perdemos de vivenciar el mundo y solamente lo vemos a través de la distancias. Cuando tenemos experiencias profundas de placer o displacer, solemos cerrar  los ojos para percibir de manera más certera nuestras sensaciones internas y externas. Una buena comida, una exquisita música, un orgasmo, un abrazo profundamente sentido. Cerramos los ojos para poder derivar mayor energía al resto de los sentidos que nos permiten estar en el aquí y ahora irrepetible.
Cuando nos tocamos, estamos a la vez siendo tocados y tocando. Es un sentido que es inseparable de la presencia de otro.
En su libro ‘La muerte del prójimo’, el analista junguiano Luigi Zoja  expresa: “En comunidades simples, las sensaciones se conservan estables. Pero cuando la sociedad y la técnica se vuelven más complejas, el tacto puede ya no decirnos nada. Empuñando un bastón puedo sentir si toco ligeramente a mi vecino o lo golpeo, lastimándolo. Pero si manipulo los comandos de un avión, puedo bombardear a masas humanas sin percibir en absoluto su sufrimiento. El sentido ético “natural” se corresponde con una percepción directamente táctil del bien o del mal que le hago a un prójimo, cuya alegría o sufrimiento advierto de inmediato. Con la interposición de la técnica (la distancia, incluso literal, que da el vuelo del avión o aún más de los drones), la sensación física y la compasión instintiva ya no están coordinadas entre sí.”

*  Lic. Paula Perticone

  Psicóloga, analista junguiana,  miembro de Campo Vincular Salud .   Articulo publicado en la revista Ahora.  http://www.revistaahora.com.ar/

Fotografia: Elena Shumilova


martes, 3 de enero de 2017

CALIDAD DE VIDA; UN BUEN ENVEJECER.




La experiencia no es lo que le sucede a uno,  sino lo que hace uno con lo que le sucede.  A.Huxley

  
*Gustavo J. Pérez Zabatta  . 

Podemos trabajar la expresión “calidad de vida” como un concepto científico, que goza actualmente de excelente prestigio en las áreas de atención en general y en particular, la vejez. Su abordaje académico se ha visto reconocido como tema multidisciplinario. Es lo que se dice: “goza de buena prensa” entre los trabajadores y profesionales de la salud, trabajadores y profesionales de la gerontología y la geriatría, la comunidad científica en general.   No es un concepto nuevo. Ya los griegos, los romanos y los egipcios lo anteponían al concepto de sufrimiento, en sus tratados de filosofía y ética. Fue evolucionando con los siglos, y desde el plano individual asociado al cuidado de la salud, se extendió al plano político, económico, gubernamental con políticas de salud e higienes públicas. La modernidad lo encontró asociado a los derechos humanos, laborales y ciudadanos.
A partir de los años 70 del siglo que dejamos, comenzó a ser de gran interés para las ciencias sociales, dado la mayor sobrevida de la población, fenómeno éste, que va en aumento, prácticamente en todas las regiones del mundo. Pero el aumento demográfico trajo también, un incremento en las enfermedades crónicas e invalidantes, por lo que la “cantidad de vida” corre en paralelo y se enfrenta al gran desafío de sumarle, calidad de vida.
Pero el concepto o expresión calidad de vida no es patrimonio solamente de las ciencias y los actores y factores sociales ya descriptos. Ha encarnado de manera considerable en nuestros días, y se refleja en nuestro lenguaje popular, de manera explícita o no, dado que el avance en materia de derechos y los aspectos éticos sociales, han posibilitado que la población tome consciencia, que la calidad de vida, es una aspiración que le pertenece a todo ser humano.
Cuando hablamos de calidad de vida lo hacemos desde un concepto multidimensional, dónde incluimos las condiciones materiales a las que está sujeto un individuo, sus beneficios derivados, lo factores económicos, políticos, de empleabilidad y fundamentalmente, tenemos muy en cuenta los contextos, el medio social particular dónde estas variables se desarrollan, estándares, valores, sistemas sociopolíticos en general, es decir, todo su entorno. Mientras la cantidad de vida es fácilmente mensurable, la calidad de vida, presenta una serie de dificultades, dado que posee categorías o variables, difíciles de mensurar, tales como la “felicidad”, el “bienestar”, la “moral”, etc.  
En cuanto a los adultos mayores, el concepto de calidad de vida se juega, en la intersección de una contradicción, entre el interés que invierte nuestra sociedad en el objetivo de acrecentar la vida, cantidad de años, y el rechazo y prejuicio que sufre el producto de este proceso que es la vejez. Todos sabemos que, en nuestra sociedad occidental, la vejez no sólo no “goza de buena prensa”, sino que, además, la vemos como un problema y no como un logro, del que tomamos consciencia muchas veces, cuando los años como si fueran agua, nos está tapando la cara. 
Todos los estudios científicos demuestran que, una mejor calidad de vida a lo largo de las distintas etapas evolutivas, implica un buen envejecer. El modelo tradicional de envejecimiento nos proponía lo que se denomina una “herradura”: crecimiento, estabilidad, declinación. Hoy, consideramos un nuevo modelo de envejecimiento, dónde la vejez puede ser alcanzada con cierta plenitud, quedando un largo tiempo de felicidad y gozo, con mayor medida al que podemos disfrutar en otras etapas, dado que lo que ha declinado considerablemente, no son nuestras aptitudes y habilidades bio-psico-sociales, sino, las responsabilidades familiares, los temas laborales y se ha incrementado, la posibilidad de ocio y el tiempo libre, que amerita una desestructuración y re-estructuración de toda nuestra vida cotidiana.      
Como decíamos antes, medir la calidad de vida no es fácil y por supuesto, no hay consenso sobre esto. Pues no se trata cuando hablamos de calidad de vida, de considerar sólo las condiciones objetivas de ésta (factores económicos, salud – enfermedad, factores culturales, geográficos, etc.). Debemos tener en cuenta en cambio, una multiplicidad de otros factores o condiciones subjetivas, entre ellas, la autopercepción, que es para decirlo rápidamente y de una manera simplista, el cómo se percibe, se ve, se siente, se describe a sí mismo, el anciano, nuestro adulto mayor. Cada sujeto, cada individuo, tiene una percepción que es subjetiva, particular y singular y cada uno de nosotros habrá de percibir el gozo y la satisfacción de vivir, de acuerdo a estos parámetros internos.     
La dimensión subjetiva de la calidad de vida en el anciano, implica un bienestar psicológico que requiere sea tramitada con especial significación, para poder alejarse del modelo tradicional de envejecimiento, que propone la imagen de un anciano gastado, cansado y depresivo. Tal vez, en sujetos más añosos, cuarta edad, mayores de 80 / 85 años, dónde la fragilidad comienza siendo un problema, dónde hay mayor desgaste físico y psíquico, todos factores que conducen a la dependencia, podemos asemejarnos al modelo tradicional de envejecimiento, pero, con las posibilidades que hoy cuenta la sociedad, la calidad de vida podría ser un objetivo, que se mantenga aún en condiciones adversas. Porque es precisamente también, desde la dependencia y la discapacidad, que se tiene que doblegar los esfuerzos y siempre poner en foco, que el anciano tiene derecho a la mejor calidad de vida posible, a pesar de las circunstancias.     
Es aquí donde desempeñarán un rol decisivo los profesionales de la salud, pero fundamentalmente, los familiares y amigos del adulto mayor, pues será en este entretejido social vincular, en este entramado que sirve de sostén y soporte a las condiciones adversas, dónde el adulto mayor, podrá desplegar sus capacidades resilientes y evitar la caída de su calidad de vida.   
Es en este punto dónde articulamos autopercepción y calidad de vida, experiencia y acción, para trasladarnos más allá de las condiciones objetivas en la que vive el adulto mayor, hacia una re-significación profunda y un reencuentro con sí mismo. En cómo vive esas condiciones de acuerdo a su subjetividad desplegada en base a su trabajo realizado del pasado y el presente, podrá proyectar un futuro, aún de plazos cortos, pero siempre proyectar. Porque de lo que se trata como decía el maestro Pichón Rivière, es de “planificar la esperanza”.      
La plasticidad para adaptarse a los cambios, la predisposición a generar nuevos vínculos o afianzar los propios, la disposición para seguir aprendiendo, compartiendo, intercambiando con otros, pares o no, afianzando esa red social vincular que lo sostiene, pero a la vez lo impulsa, es lo que le permitirá a nuestro adulto mayor saber que siempre hay un futuro, aun cuando ese futuro se vea teñido por arduas dificultades.    
Como profesionales de la salud, debemos trabajar para eros, que es trabajar co-pensando y co-acompañando a ese adulto mayor, en su proceso de incrementar su autoestima, su satisfacción personal. Para que el adulto mayor pueda darse el permiso necesario para disfrutar, soñar, acceder a las cosas que alguna vez quedaron en el pasado pero que sin embargo puede re-actualizar en su presente, y que le otorga gratificación. Hablamos de aquellos deseos, asignaturas pendientes, gozos insatisfechos, oportunidades dejadas para más adelante, etc. Muy bien, ese tiempo ya ha llegado. Es ahora y es en el aquí de su tiempo y su espacio.     
Debemos ayudar a que nuestros viejos se liberen de prejuicios, de obstáculos, de falsos mitos e ideas erróneas acerca de la vejez y de lo que es el envejecimiento. Cada etapa trae consigo la posibilidad de potenciar en el ser humanos, el despliegue de su creatividad y firme voluntad. Que nuestro anciano pueda reconocer en su etapa de vejez, estas posibilidades, le permitirá vivirlas sin culpas, con firme decisión y, a pesar de prejuicios. Esta es la base para que su calidad de vida sea estimable por sí mismo y pueda desplegar su más profundo y auténtico ser.    
Puede realizar actividades, tareas, acciones, no sólo por distracción o esparcimiento, sino por gratificación y auto-realización personal. Lograr estos objetivos le permitirá a nuestro adulto mayor alejar aquellos fantasmas de la vejez, construidos socialmente y a los cuales debe oponerse firmemente, en consideración a su propio derecho y empoderamiento.
Calidad de vida para un buen envejecer. Esta es la propuesta. Auto-cuidado, autonomía, adaptación activa a la realidad y a los cambios, sabiendo de las limitaciones, pero también, de que una frontera si no se puede cruzar a pie, podrá hacerse por otros medios. Y en el caso de que no se trate de cruzar fronteras, sino simplemente se trate de sortear el obstáculo de la contradicción, entre el interés por incrementar la cantidad de años, y el rechazo y repudio que la sociedad siente por la vejez, le pueda demostrar con su ejemplo como dice Joan Manuel Serrat que cuidado: “todos llevamos un viejo encima”.    
"Calidad de vida en la vejez. Autoconcepto" 
 

*Gustavo J. Pérez Zabatta:  Gerontologo, Psicologo social, Director CESA, Centro de Estudios Sociales Argentino
 Fotografia:  Elliot Erwitt.


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