martes, 17 de enero de 2017

TRANSFORMAR A UN PATITO FEO EN CISNE:... RESILIENCIA.


En esta metáfora del arte de navegar en los torrentes, la adquisición de recursos
 internos ha dado al resiliente la confianza y la alegría que le caracterizan.





   * Boris Cyrulnik


  La resiliencia es el arte de navegar en los torrentes. Un trauma ha trastornado al herido y le ha orientado en una dirección en la que le habría gustado no ir. Sin embargo, y dado que ha caído en una corriente que le arrastra y le lleva hacia una cascada de magulladuras, el resiliente ha de hacer un llamamiento a los recursos internos que se hallan impregnados en su memoria, debe pelearse para no dejarse arrastrar por la pendiente natural de los traumas que le impulsan a correr mundo y a ir de golpe en golpe hasta el momento en que una mano tendida le ofrezca un recurso externo, una relación afectiva, una institución social o cultural que le permita salir airoso.
 En esta metáfora del arte de navegar en los torrentes, la adquisición de recursos internos ha dado al resiliente la confianza y la alegría que le caracterizan. Estas aptitudes, adquiridas fácilmente en el transcurso de la infancia, le han dado el vínculo afectivo de tipo protector y los comportamientos de seducción que le permiten permanecer al acecho de toda mano tendida. Sin embargo, y dado que hemos aprendido a considerar a los hombres mediante la palabra «devenir», podremos constatar que aquellos que se han visto privados de estas adquisiciones precoces podrán ponerlas en marcha más adelante, aunque más lentamente, con la condición de que el medio, habiendo comprendido cómo se forja un temperamento, disponga en torno a los heridos unas cuantas guías de resiliencia. 
Cuando la herida está en carne viva, uno siente la tentación de recurrir a la negación. Para ponerse a vivir de nuevo, es preciso no pensar demasiado en la herida. Pero con la perspectiva del tiempo, la emoción que provocó el golpe tiende a apagarse lentamente y a no dejar en la memoria más que la representación del golpe. Ahora bien, esta representación que se construye tan trabajosamente depende de la manera en que el herido haya conseguido dar un contenido histórico al acontecimiento. A veces, la cultura hace de ello una herida vergonzosa, mientras que, en otras circunstancias, se muestra dispuesta a atribuirle el significado de un acto heroico. 
El tiempo dulcifica la memoria, y los relatos metamorfosean los sentimientos. A fuerza de procurar comprender, de intentar encontrar palabras para convencer y de tratar de dis-poner de imágenes que evoquen la realidad, el herido consigue vendar la herida y modificar la representación del trauma. 
Se acepta sin esfuerzo la idea de que la guerra de 1914 a 1918 fue una inmensa carniceria cenagosa, pero, ¿quién se acuerda de los sufrimientos de las poblaciones durante la guerra de Troya? La estratagema del colosal caballo de madera ha ejercido el efecto de una fábula, ya no evoca la hambruna de diez años de sitio, ni las masacres con arma blanca, ni las quemaduras del incendio que siguieron a esta hermosa historia. La realidad se ha visto transfigurada por los relatos de nuestra cultura enamorada de la Grecia antigua. El sufrimiento se ha apagado, sólo queda la obra de arte.
 La perspectiva del tiempo nos invita a abandonar el mundo de las percepciones inmediatas para vivir en el de las representaciones duraderas. El trabajo de ficción que permite la expresión de la tragedia, ejerce entonces un efecto protector. Y esto equivale a decir que hablar de resiliencia en términos de individuo constituye un error fundamental. 
No se es más o menos resiliente, como si se poseyera un catálogo de cualidades: la inteligencia innata, la resistencia al dolor, o la molécula del humor. La resiliencia es un proceso, un devenir del niño que, a fuerza de actos y de palabras, inscribe su desarrollo en un medio y escribe su historia en una cultura. 
Por consiguiente, no es tanto el niño el que es resiliente como su evolución y su proceso de vertebración de la propia historia. Esta es la razón de que todos los que han tenido que superar una gran prueba describan los mismos factores de resiliencia. En primer lugar, se indica siempre el encuentro con una persona significativa. A veces basta con una, una maestra que con una frase devolvió la esperanza al niño, un monitor deportivo que le hizo comprender que las relaciones humanas podían ser fáciles, un cura que transfiguró el sufrimiento en transcendencia, un jardinero, un comediante, un escritor, cualquiera pudo dar cuerpo al sencillo significado: «Es posible salir airoso». Todo lo que permite la reanudación del vínculo social permite reorganizar la imagen que el herido se hace de sí mismo. La idea de «sentirse mal y ser malo» queda transformada tras el encuentro con un camarada afectivo que logra hacer germinar el deseo de salir airoso. Dibujar, jugar, hacer reír a los demás, son cosas que permiten despegar la etiqueta que los adultos adhieren con tanta facilidad: «[... ] vivir en una cultura en la que se pueda dar sentido a lo que nos ha ocurrido: organizar la propia historia, comprender y dar», son los más simples medios de defensa, los más necesarios y los más eficaces. 
Y esto quiere decir que una cultura de consumo, incluso en aquellos momentos en que la distracción resulta agradable, no ofrece factores de resiliencia. Alivia durante algunos minutos, como le ocurre a los espectadores ansiosos, que logran olvidarse de los tranquilizantes en aquellas noches en que ven la televisión. Sin embargo, para dejar de sentirse malo, para llegar a ser esa persona por cuya intermediación llega la felicidad, es preciso participar en la cultura, comprometerse con ella, convertirse en actor y no seguir siendo mero espectador. 
Estos testimonios... confirman que la resiliencia no es ni una vacuna contra el sufrimiento, ni un estado adquirido e inmutable, sino un proceso, un camino que es preciso recorrer, dice Paul Bouvier. ¿Cómo puede abrirse uno su propio camino en el ovillo de una cultura? ¿Cómo puede uno retomar su desarrollo cuando el camino está cortado? Hoy en día parece que nos acercamos a una bifurcación. 
Durante las últimas décadas, las victorias de los Derechos del Hombre y nuestra cultura tecnológica nos han hecho creer en la posibilidad de la erradicación del sufrimiento. Ese camino nos permitía esperar que una mejor organización social y unos cuantos buenos productos químicos serían capaces de suprimir nuestros tormentos. El otro camino, más escarpado, nos muestra que el transcurso de la vida nunca carece de pruebas, pero que la elaboración de los conflictos y el trabajo de resiliencianos permiten retomar el camino, pese a todo. Estas dos vías nos proponen medios diferentes para afrontar los ine-vitables infortunios de la existencia. Será necesario recurrir a todos estos medios de defensa, ya que se prevé que en el siglo xxi las exclusiones se agravarán. 
 Cuando un niño sea expulsado de su domicilio como consecuencia de un trastorno familiar, cuando se le coloque en una institución totalitaria, cuando la violencia de Estado se extienda por todo el planeta, cuando los encargados de asistirle le maltraten, cuando cada sufrimiento proceda de otro sufrimiento, como una catarata, será conveniente actuar sobre todas y cada una de las fases de la catástrofe: habrá un momento político para luchar contra los crímenes de guerra, un momento filosófico para criticar las teorías que preparan esos crímenes, un momento técnico para reparar las heridas y un momento resiliente para retomar el curso de la existencia. 
La vida es demasiado rica para reducirse a un único discurso.  Hay que escribirla como un libro o cantarla como Brassens que, debido a su propia historia, comprendió que basta una minúscula señal para transformar a un patito feo en cisne: 
Elle est à toi cette chanson, Toi l'Auvergnat qui, sans façon, M'a donné quatre bouts de pain Quand dans ma vie il faisait faim.  (Tuya es esta canción, Para ti, auvernés que, sin cumplidos, Me diste cuatro trozos de pan Cuando en mi vida había hambre ) 

de "Los patitos feos"; ultimos parrafos de la conclusion del libro.



*    BORIS CYRULNIIK .    Neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo francés y uno de los fundadores de la etología humana. Entre sus libros se destacan: "Morirse de vergüenza: El miedo a la mirada del otro", "Los patitos feos", "Del gesto a la palabra", " El amor que nos cura", "Bajo el signo del vínculo", "De cuerpo y alma", , "Los alimentos afectivos", etc

      Fotofrafia:    Nico Fredia        








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