martes, 24 de enero de 2017

TRANSFORMACION y MADURACION.


 La preparación de la totalidad de la personalidad
es misión de la mitad de la vida



   *  JOLANDE JACOBI


   Seguir por el «camino del centro» es misión del hombre maduro, porque la situación psicológica del individuo es diferente en cada edad. 
    Al comienzo de la vida del hombre tiene que salir de la niñez, época de la vida totalmente unida al inconsciente colectivo, para llegar a la diferenciación y perfilación de su yo. Tiene que tomar pie en la vida real y vencer los problemas que ésta le plantea —sexualidad, profesión, matrimonio, descendencia, obligaciones y relaciones—. De aquí que sea de suma importancia crear los instrumentos necesarios para esta adaptación y afincamiento en la máxima diferenciación posible de su función superior constitucional.   Sólo cuando esta labor, que representa toda aquella primera mitad de la vida, ha sido totalmente llevada a cabo se efectuará la asociación de la adaptación a lo externo y la experiencia y adaptación a lo interior. 
   Si se ha realizado la estructuración y afirmación de la actitud de la personalidad frente al mundo exterior, entonces puede dirigirse la energía a las realidades intrapsíquicas, hasta entonces más o menos desatendidas, y la vida humana podrá alcanzar su perfección.        Porque «el hombre tiene dos clases de finalidades que cumplir: la primera es una finalidad natural, la procreación de la descendencia y todos los quehaceres que lleva consigo la protección de la prole, a los cuales pertenece la adquisición de dinero y de posición social. Cumplida esta finalidad, comienza otra fase: la finalidad de la cultura», «Una meta espiritual, que va más allá del mero hombre natural y su existencia mundana, es una necesidad indispensable para el estado de salud del alma; pues es el punto de apoyo de Arquímedes desde el que únicamente puede ser izado el mundo y transformar un estado natural en uno cultural» 
   La preparación de la totalidad de la personalidad es misión de la mitad de la vida. Parece significar la preparación para la muerte, en el más profundo sentido de esta palabra, por que la muerte no es menos importante que el nacimiento y, como éste, es inseparable de la vida. 
  La propia naturaleza, si es que la comprendemos exactamente, nos toma en este caso entre sus brazos protectores. Cuanto más viejos nos hacemos, tanto más velado aparece el mundo exterior, el cual pierde constantemente color, sonido y placer, y con mayor fuerza nos llama y ocupa el mundo interior. El hombre que va para viejo se va aproximando cada vez más al estado de deslizamiento en lo psíquico colectivo, del cual cuando niño pudo salir con grandes esfuerzos. Y de este modo se cierra el ciclo, pleno de sentido y armónico, de la vida humana, y el principio y el fin coinciden como el Ouroboros en la imagen, la serpiente que muerde su propia cola simbólicamente desde tiempos inmemoriales. 
   Si esta misión se ha cumplido exactamente, la muerte pierde irremisiblemente su horror y tiene sentido incluirla en la vida total. Pero como el cumplimiento de aquellas exigencias que plantea al hombre la primera mitad de la vida lo logran, al parecer, muy pocos —como lo demuestra el gran número de adultos infantiles—, la perfección de la vida, por la realización del sí mismo, le está reservada a los menos. Precisamente estos pocos, sin embargo, han sido en todo tiempo los creadores de la cultura frente a aquellos que tan sólo han traído y fomentado la civilización. 
  Porque la civilización es siempre hija de la ratio, del intelecto; la cultura, por el contrario, surge del espíritu, y el espíritu jamás es prisionero de la conciencia, como el intelecto, sino que contiene, forma y domina simultáneamente todas las profundidades del inconsciente de la naturaleza primitiva. 
  Las condiciones históricas, el pasado y el espíritu de la época son siempre factores codeterminantes de la situación psicológica del ser humano; y el destino peculiar e individual del hombre de Occidente es la reducción de su lado instintivo a lo largo de los siglos por la superdiferenciación del intelecto. Ahora, el desarrollo incontenible y a veces vertiginoso de la técnica, le plantea requerimientos que van más allá de sus posibilidades psíquicas; ha perdido, así, casi totalmente la relación natural con su inconsciente. El hombre occidental ha llegado a ser tan «inseguro instintivamente» que queda como una caña fluctuante, arrojado aquí y allá por el mar de su inconsciente, cada vez más crecido, más poderoso y agitado, y en riesgo de ser sumergido y tragado por las olas, como puede percibirse de un modo impresionante en los acontecimientos de los últimos tiempos. 
  «En tanto que las colectividades representan agrupaciones de individuos, sus problemas son igualmente agrupaciones de problemas individuales. Una parte de ellos se identifica con los problemas de los hombres superiores y no puede descender del nivel mientras otra se identifica con los problemas de los hombres inferiores y quisiera llegar a la superficie. Tales problemas jamás son solucionados mediante leyes y artificios. Su solución sólo se alcanza por la modificación general de la actitud. Y esta modificación no se inicia ni con propaganda o mítines ni a la fuerza. Comienza con la modificación en el individuo y se traduce en la transformación de las tendencias e inclinaciones personales, de la concepción de la vida y de sus valores, y únicamente el cúmulo de estas transformaciones individuales aportará la solución colectiva» 
   El llegar a ser «sí mismo» no es un experimento a la moda, sino el problema máximo que puede plantearse el individuo. Hallarse frente a sí mismo significa posibilidad de arraigo indestructible e imperecedero en la naturaleza primitiva psíquica objetiva. De este modo el individuo se sitúa de nuevo en la eterna corriente, en la cual el nacimiento y la muerte son tan sólo estaciones de tránsito y el sentido de la vida deja de radicar en el yo. Frente al tú, aporta aquella tolerancia y bondad que sólo puede rendir quien ha investigado y vivido conscientemente sus propias profundidades más oscuras. Y frente a lo colectivo, su valor estriba en que opone a lo colectivo el hombre pleno de responsabilidad, que conoce los deberes de todo lo individual para lo general por experiencia personalísima de su totalidad psíquica.   


* del libro "La psicologia de C. G. Jung"
   JOLANDE JACOBI.  psicologa suizo-alemana quien trabajara e investigara en el Instituto CG Jung en Zurich junto al dr Jung.  Autora de:  "La psicologia de C G Jung"; "Complejo, arquetipo y simbolo" y "Mascaras del Alma" etc

     Fotografia:  Anthony Fragione - "Riviera francesa"






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