miércoles, 22 de febrero de 2017

La naturaleza del Bienestar


Vivir es nacer a cada instante




  *  ERICH FROMM.


   El primer intento de dar una definición del bienestar puede ser éste: el bienestar es estar de acuerdo con la naturaleza del hombre. Si vamos más allá de esta declaración formal surge la pregunta: Qué es estar de acuerdo con las condiciones de la existencia humana? Cuáles son esas condiciones?
   La existencia humana plantea un problema. El hombre es lanzado a este mundo sin su voluntad y retirado de este mundo también sin contar con su voluntad. A diferencia del animal, que en sus instintos tiene un mecanismo innato de adaptación a su medio y vive completamente dentro de la naturaleza, el hombre carece de este mecanismo instintivo. Tiene que vivir su vida, no es vivido por ella. 
   Está en la naturaleza y, sin embargo, trasciende a la naturaleza; tiene consciencia de sí mismo y esta consciencia de sí como un ente separado lo hace sentirse insoportablemente solo, perdido, impotente.
   El hecho mismo de nacer plantea un problema. En el momento del nacimiento, la vida le plantea una pregunta al hombre, y él debe responder a esta pregunta. Debe responderla en todo momento; no su espíritu, ni su cuerpo, sino él, la persona que piensa y sueña, que duerme y come, que llora y ríe, el hombre total. Cuál es la pregunta que plantea la vida? La pregunta es: cómo podemos superar el sufrimiento, el aprisionamiento, la vergüenza que crea la experiencia de separación; cómo podemos encontrar la unión dentro de nosotros mismos, con nuestro semejante, con la naturaleza?    El hombre tiene que responder a esta pregunta de alguna manera; y aún en la locura se da una respuesta, rechazando la realidad fuera de nosotros mismos, viviendo completamente dentro de la caparazon  de nosotros y superando así el miedo a la separación.
   La pregunta es siempre la misma. No obstante, hay diversas respuestas o, básicamente, hay sólo dos respuestas. Una es superar la separación y encontrar la unidad en la regresión al estado de unidad que existía antes de que despertara la consciencia, es decir, antes del nacimiento del hombre. La otra respuesta es nacer plenamente, desarrollar la propia consciencia, la propia razón, la propia capacidad de amar, hasta tal punto que se trascienda la propia envoltura egocéntrica y se llegue a una nueva armonía, a una nueva unidad con el mundo.
   Cuando hablamos de nacimiento nos referimos por lo general al acto de nacimiento fisiológico que se produce para el infante humano alrededor de los nueve meses después de la concepción. Pero en muchos sentidos se valora demasiado la importancia de este nacimiento. En muchos aspectos importantes, la vida del niño, una semana después de nacido, se parece más a la existencia intra-uterina que a la existencia de un hombre o una mujer adultos. Hay, sin embargo, un aspecto único del nacimiento: se rompe el cordón umbilical y el niño inicia su primera actividad: la respiración. Cualquier rompimiento de los lazos primarios es posible, desde este momento, sólo en la medida en que este rompimiento vaya acompañado de una verdadera actividad.
   El nacimiento no es un acto, es un proceso. El fin de la vida es nacer plenamente, aunque su tragedia es que la mayoría de nosotros muere antes de haber nacido así. Vivir es nacer a cada instante. La muerte se produce cuando ese nacimiento se detiene. Fisiológicamente, nuestro sistema celular está en un proceso de continuo nacimiento; psicológicamente, sin embargo, la mayoría de nosotros dejamos de nacer en determinado momento. 
   Algunos nacen muertos; siguen viviendo fisiológicamente si bien, mentalmente, su aspiración es volver al seno materno, a la tierra, a la oscuridad, a la muerte; están locos, o muy cerca de estarlo. Otros muchos van un poco más lejos por el camino de la vida. No obstante, no pueden romper el cordón umbilical del todo, por decirlo de alguna manera; permanecen simbióticamente ligados a la madre, al padre, a la familia, la raza, el Estado, la posición social, el dinero, los dioses, etc.; nunca surgen plenamente como ellos mismos y, en consecuencia, nunca nacen plenamente.

__  Fragmento extractado de  "Budismo Zen y Psicoanálisis."  - D. T. Suzuki, E. Fromm.-  Fondo de Cultura Económica.




 *  ERICH FROMM.   Destacado psicoanalista y humanista alemán y uno de los principales renovadores de la teoría y práctica psicoanalítica a mediados del siglo XX. Libros destacados: "El miedo a la libertad", "El arte de amar", "¿Podrá sobrevivir el hombre?", "Del tener al ser", etc.


   Fotografia: Joel Robinson.









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jueves, 16 de febrero de 2017

Envejecimiento y Familia.






  *   Gustavo J. Pérez Zabatta  . 


"¡Que importantes son los abuelos en la vida de la familia  para comunicar ese patrimonio de humanidad y de fe  que es esencial para toda sociedad!"  (PAPA FRANCISCO. Reflexión antes del rezo del Ángelus, JMJ Río 2013, 26/07/2013)

Cuando me propuse trabajar el tema envejecimiento y familia, inmediatamente surgieron en mí una serie de preguntas, que al tiempo que me interrogaba, me movilizaban, resonándome todo tipo de historias. De las buenas. De las malas.
¿Cuál es el lugar de un adulto mayor, en la estructura familiar del siglo XXI? ¿Qué vínculos establecen hoy con sus hijos, con sus nietos? ¿Qué relaciones establecen con el resto de su familia? ¿Y con los vecinos, amigos, otros? ¿Podemos hablar hoy, de solidaridad intergeneracional? ¿Qué podemos decir de los cuidadores de ancianos y de sus cuidados? ¿Cómo afectan la situación socio – económica estos vínculos familiares y sociales en general? ¿Por qué el abuso y maltrato en la vejez, suele tener como protagonistas a los propios miembros de la familia, en un alto porcentaje?
Es así que dividiré este trabajo en tres partes. En una primera trabajaré las temáticas del proceso de envejecimiento y su relación con los tipos de familia. Una segunda parte dedicada a las relaciones intergeneracionales y una tercera dedicada al abuso y maltrato del adulto mayor, en el seno familiar.
Por lo menos desde que nacemos, - no pocos sostienen que antes -, nos vinculamos con otro. Partimos desde un lugar inicial de auto-indefensión total, de suma dependencia y de necesidad de cuidados. Nuestro psiquismo, va desplegando una “ligazón” libidinal con aquel objeto exterior (o inicialmente interior, no podemos dar cuenta) con el propósito de poder garantizar nuestra existencia. Son estos primeros vínculos, familiares y sociales, desde edades muy tempranas, los que marcarán la huella del camino que recorremos, nuestros futuros vínculos, nuestras formas de relacionarnos, nuestra manera de ser con y junto a otros.
El sigo XX, de la mano de sus avances en materia de salud y bienestar, trajo efectos demográficos que produjeron, cambios en la estructura familiar impensables en otros momentos. Hoy, una persona de mediana edad, 40, 50, 60 años, cuenta aún con uno de sus padres vivos o incluso a ambos. Ser adulto mayor e incluso abuelo, dejó de ser un privilegio. La abuelitud es una condición que incluso podemos vivirlo a edades muy tempranas. A todo esto, por convención, se lo suele llamar tercera edad.
Podemos ver hoy familias ampliadas, de cuatro generaciones, conviviendo o no juntos. Porque cuando decimos conviviendo, no nos referimos a que viven bajo el mismo techo. Esto cada vez es menos frecuente. Nos referimos a el concepto amplio de familia, incluso, hasta forzado en algunos casos.
De manera tal que, en el Siglo XXI no resulta raro ver que la red familiar se ha ampliado. Podemos hablar de familias con hijos, padres, nietos, abuelos y bisabuelos. Por supuesto que, esta condición numerosa familiar ha traído cambios y modificaciones en las relaciones intrafamiliares.
La familia del Siglo XXI, ha sufrido cambios notables en todos sus niveles. Cambios en su imagen, en las relaciones de pareja, en sus relaciones contractuales legales, en las relaciones padres e hijos e, hijos y padres entre sí. En su dinámica, en su función, en sus roles.
Al modelo único tradicional de familia se le han sumado nuevos modelos como el matrimonio alianza, el matrimonio fusión y el matrimonio asociación. A su vez, si consideramos la cantidad de miembros, a la familia tradicional conocida como nuclear, compuesta por los esposos o pareja y los hijos, podemos sumarle la ampliada o extensa, dónde incluimos a los abuelos, bisabuelos, otros parientes, etc.
No obstante, hoy en día, es cada vez más visible el incremento de hogares unipersonales. Todo esto a consecuencia del aumento significativo de los divorcios, el descenso de la voluntad de cohabitar por parte de las personas – por lo menos a tiempo completo – y, las llamadas familias monoparentales. Todo este escenario, se ha fortalecido con el descenso de la fecundidad y el retraso por parte de las parejas en encarar proyectos tales como maternidad o paternidad, en virtud de la situación socio económica, las obligaciones laborales y la preferencia por proyectos profesionales, antes que familiares. En la mayoría de los países desarrollados, mientras la tasa de longevidad sube, la tasa de natalidad baja.
Pero, “¡Ay, si la veteranía fuese un grado...! Si no se llegase huérfano a ese trago... “ Fragmento Llegar a Viejo. Joan Manuel Serrat.
 Y es en este escenario donde surgen las vejeces. Y hablamos de vejeces y no de vejez, porque entendemos desde la gerontología, cada proceso de envejecimiento como singular, único e irrepetible. Y a la vuelta del recorrido entonces, vamos a poder visualizar otro prejuicio. Otro más de los tantos, que sufren nuestros adultos mayores. Y es la orfandad de la vejez, como rezan los versos de Serrat. Pero, la orfandad de la vejez o mejor dicho de las vejeces, creemos tiene que ver con una situación existencial, no resuelta por cada ser humano, pero también colectiva y social, más que con nuestra propia vejez.
Nuestras vejeces pueden brindarnos un tiempo de aislamiento y oscuridad, y el imaginario social de nuestra sociedad prejuiciosa de esto mucho sabe. Pero también, un tiempo inconmensurable para estar con y junto a otros, para revitalizar y reavivar nuestros vínculos, para generar nuevos o ponerles fin a vínculos tóxicos, desgastados, sin valor agregado. Diríamos entonces: “Ay, si el hombre”. Porque somos nosotros mismos, desde nuestra autoconsciencia, que nos cuesta aceptar la propia finitud, la angustia, el desconsuelo. Recurrimos al mecanismo de echarle la culpa al otro, de proyectar en el otro, de patear la pelota fuera, dónde resulta la vejez o las vejeces de los otros, la invitada ideal que paga los platos rotos, por aquello que no supimos construir a lo largo de nuestras vidas o, vemos en otros lo que no podemos aceptar en nosotros mismos. Porque el envejecimiento no se nos “amaneció” con el sol de la mañana. Fue y es un proceso de cada día. De toda la vida.
Por lo general, a los adultos mayores no les gusta que se los llame abuelos, especialmente si no lo son, es decir, si no tienen nietos. La abuelitud es un rol, que se ejerce como cualquier otro rol, de acuerdo a nuestras historias y relaciones anteriores. Lo previo remite a esas huellas vinculares de las que hablábamos al inicio. Suele suceder que, las relaciones entre los abuelos y los nietos están condicionadas por las relaciones previas que existen entre estos padres de sus padres y los padres de sus nietos. Y así tenemos los “abu”, “nonno”, “nonna chiquita”, “tata”, “mamá grande”, “mamá vieja”, etc.
Existen distintos modelos de abuelitud: los hay distantes, pasivos, activos, comprometidos, ausentes, etc. Por lo general los abuelos son percibidos en forma muy positiva cuando los nietos son pequeños y, menos, cuando se hacen grandes, cuando crecen. Especialmente si estos abuelos participaron de su cuidado, resultando de esta forma, figuras significativas que se inscriben en su psiquismo de acuerdo a estas intensidades y experiencias vividas.
Entre los adultos mayores y la familia, se van a producir relaciones recíprocas, en la medida que las capacidades físicas y económicas, acompañen de buen grado estas relaciones. En un mundo envejecido, las personas vivimos más. Esto trae aparejado, un aumento de las enfermedades crónicas dependientes. Esta situación produce que, sea por lo general la familia la que inicialmente cuide y atiende en su propio domicilio o en el domicilio del adulto mayor, al anciano dependiente o en vías de serlo.
A medida que la dependencia avanza, se prolonga en el tiempo, la familia lo empieza a vivenciar como un serio problema, limitante, dado que siente una exigencia progresiva en el cuidado, aumentan las presiones, se agotan los tiempos y, el adulto mayor se vuelve más y más dependiente. Es en este momento cuando comienza a considerarse seriamente en el seno familiar, la necesidad de institucionalizar al anciano, medida que a prima facie, produce “alivio” ante la creciente exigencia.
Una familia positiva le brinda al paciente geriátrico en su atención, afecto y contención. Esto puede extenderse al momento de la institucionalización. Es verdad que, desde el campo gerontológico, estamos a favor de no institucionalizar al anciano hasta que no haya otra alternativa posible. Pero una vez sucedido, la familia suele desentenderse por completo. Y esto no tiene por qué resultar de esta manera. La familia puede seguir procurándole el afecto que éste estaba acostumbrado a recibir dentro del hogar. Aunque por lo general el desentendimiento, es por lo general, mera continuidad de lo que ya venía sucediendo en el hogar.
Hablábamos antes de relaciones recíprocas entre los ancianos y la familia. En estas relaciones, la familia ayuda al anciano y éste a la familia. ¿Pero qué pasa cuando no existe tal solidaridad y reciprocidad? Lo que se ve en la práctica es que las relaciones entre los ancianos y la familia (hijos, nietos), pasan por dos etapas. Una primera sin conflicto, cuando el anciano es auto-válido independiente, física y económicamente e incluso ayuda con dinero a los hijos y con cuidados a los nietos, para que sus padres puedan trabajar. Y la segunda es la que más o menos describimos en los párrafos precedentes, cuando el anciano ya no puede valerse por sí mismo.
Podríamos suponer que, ante la necesidad de cuidados de un adulto mayor, los integrantes adultos de una familia, compartirán responsabilidades. No obstante, lo que en general sucede es que son las mujeres, especialmente si son solteras, viudas o sin hijos a cargo, las que “sienten” que están obligadas a convertirse en las cuidadoras de ese anciano no auto-válido. La mayoría de los hijos varones o nietos, ayudan desde lo económico, reproduciendo en esta etapa evolutiva de sus padres, el mismo esquema del “macho proveedor”, con el cual sus padres varones ahora ancianos, contribuyeron con ellos en su infancia. Debemos reconocer, no obstante, que muchas de estas modalidades y roles están cambiando en la sociedad.
Volviendo a la mujer, su condición de género o estatus de soltera, viuda, etc., no la forma para ser cuidadora de una persona dependiente. Esto genera muchas veces, de un cuidado poco experto de la persona dependiente y de un desgaste físico, emocional en la mujer en su nuevo rol de “cuidadora” que pronto estalla en conflictos intra-familiares, con desatenciones, reclamos y un deterioro en la calidad de vida de todo el contexto familiar. Es el momento de la institucionalización como única alternativa. Sin embargo, ni es el momento, ni es la única alternativa. Hoy en día, cada vez más personas estudian y se esfuerzan por formarse como “cuidadoras / es” capacitadas / os, especializados, e incluso con certificaciones oficiales. Así nace una de las salidas laborales que más está creciendo en nuestros días, que es el de acompañante terapéutico gerontológico, asistente geriátrico y / o gerontológico, etc. Es que, si vamos a un mundo cada vez más envejecido, veremos cada vez más enfermedades crónicas que terminan en la dependencia y por ende, la necesidad, cada vez más visible de personas especializadas en estas labores.

La ventaja de contar con profesionales en el cuidado de ancianos dependientes, es que pueden identificar los factores de riesgos en las familias, que posibilitan, se evite la institucionalización temprana del adulto mayor, interviniendo no sólo en los cuidados de la persona dependiente, sino también sobre los cuidadores familiares primarios - nuestra buena mujer desgastada física y emocionalmente -, y aportar al sostén y al apoyo necesario, que evite esos conflictos intra-familiares desatados a los que hicimos referencia, cuando no se obra de manera correcta, ya sea por desidia, ingenuidad o peor aún, por ignorancia.
(el presente articulo es parte de los temas a desarrollar en el proximo curso de Psicogerontologia en Campo Vincular Salud)

* *Gustavo J. Pérez Zabatta:  Gerontologo, Psicologo social, Director CESA, Centro de Estudios Sociales Argentino. 
    Fotografia:  Elliot Erwitt





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miércoles, 1 de febrero de 2017

RE-VALORAR LA AMISTAD.


Para entrar en la amistad, para apreciar realmente sus dimensiones
arquetípicas, debemos amar, respetar, cuestionar, aceptar.


 * Mary E. Hunt


Todos queremos hacer amigos, tener amigos, ser amigos. Nadie quiere perder amigos, decepcionarles o avergonzarles. Pero la pregunta es: con lo poco que hay sobre ello en la literatura y las tradiciones occidentales, ¿cómo podemos fundamentar nuestra comprensión de la amistad y estimular su florecimiento? Es propio de los arquetipos estar íntimamente tejidos en la tela de la psique colectiva e individual, hasta el punto de quedar implícitos, pero el enorme silencio en torno a la amistad parece pasarse de la raya.
La psicología contemporánea llena estanterías enteras con libros sobre mitos y narraciones, cuentos de hadas y parábolas acerca de cualquier imagen concebible, pero dice poco del valor de la amistad. ...  Parecería que algo tan simple como los Amigos debería figurar como un medio habitual de relación. Sin embargo, la amistad aparece en segundo plano, cede el puesto delantero a los arquetipos basados en el matrimonio y la familia, sale perdiendo ante los modelos basados en el género y la actividad, resulta tan común que es omitida   a costa nuestra.
Un análisis de la amistad: 
Me di cuenta de la poca atención que se ha prestado a la amistad en la panoplia relacional mientras revisaba textos de teología. Encontré unos pocos elementos interdependientes: el modelo habitual se basaba en la pirámide de Aristóteles, siendo normativas las experiencias masculinas de la amistad; hay una relación inversa entre el número de amigos y el grado de intimidad (es decir, cuanto más íntima la amistad, menor el número de amigos, y sólo los hombres se consideran capaces de alcanzar la cumbre de la amistad con otros hombres); y el matrimonio, más que la amistad, se ve como el mayor logro en materia de relaciones.  (...) 
¿Quién sino los amigos tolerará nuestras peculiaridades? ¿Quién mejor que los amigos, con quienes nos volvemos cada vez más distintos? Lo que resultó claro es que las amistades de mujeres con mujeres son muy distintas del modelo masculino, y que tales diferencias pueden ser útiles para la amistad entre mujeres y hombres, así como para los hombres que buscan superar su condicionamiento y ser vigorosos y tiernos con otros hombres. Por otra parte, el enfoque feminista de la amistad subraya la calidad y no la cantidad de amistades.
Estimula la diversidad de amistades, en vez de reservar la señal de madurez para el matrimonio heterosexual. Y sobre todo, empieza con una relación amistosa con el yo. El secreto mejor guardado que encontré fue que a la gente le gusta hablar de sus amigos. Todos se sienten expertos en la materia. El tema despierta la participación y el interés común. Es decir, las amistades funcionan de forma arquetípica. 
Es un misterio por qué Freud, Jung y sus seguidores no enfocaron inmediatamente la cuestión de la amistad como algo central en el bienestar psicológico de los humanos sanos. No lo lamento, en la medida en que los defectos de sus tipologías han sido ya expuestos en las muchas críticas de su esencialismo, imperialismo cultural, sexismo y racismo subyacentes. 
Sin embargo, el hecho de que la amistad no figure entre las categorías conocidas resulta sorprendente. Sospecho que es como lo que ocurre cuando busco en mi armario el pimentero. Nunca lo encuentro entre las hierbas y especias exóticas que uso con menos frecuencia. La pimienta de siempre, tan usada que el recipiente está más gastado que los otros, es tan ordinaria que parece invisible.
Re-valorar la amistad
Creo que los motivos del anonimato de la amistad radican precisamente en su fuerza. Veo cuatro motivos que nos convocan a re-valorar la amistad en un mundo que no es amistoso con la mayoría de nosotros y con las personas y cosas que apreciamos: En primer lugar, la amistad no es un concepto dualista sino unitivo. La mayoría de los arquetipos tienen su gemelo, su par, su opuesto. El equilibrio de género (Madre, Padre), la distribución de edad (Puer, Senex) y otras expresiones dualistas están ausentes en la amistad, donde dos o más amigos son virtualmente el mismo el uno para el otro. Por supuesto, hay diferencias individuales de raza/etnia, clase, edad, preferencias sexuales, género, etcétera, pero en la relación un amigo es un amigo.
Para entrar en la amistad, para apreciar realmente sus dimensiones arquetípicas, debemos amar, respetar, cuestionar, aceptar. Imaginemos la amistad con un amigo querido, con un amigo fallecido, con un amigo sospechoso. Hay muchos grados de la misma dinámica. Imaginemos la amistad con un animal, con la tierra, con el ámbito espiritual en el que sentimos la reciprocidad de la amistad, en el que recibimos amistad. Fijémonos también en lo difícil que es decir «amigo» en singular. 
 Existe como recurso gramatical y conceptual, cuando de hecho su realidad siempre es plural. Somos amigos, fuimos amigos, nos gustaría ser amigos. Aun si tengo amistad conmigo misma soy algo más que singular, una intuición en la naturaleza unitiva del animal amistoso.
Segundo, la amistad es una relación que atraviesa edades, géneros, preferencias sexuales, fronteras culturales, sociales y legales. No quiero dar a entender que la amistad sea un curalotodo, ni quiero cargarla con esperanzas irreales. Pero creo que la amistad ha sido privatizada y se ha convertido en el tema de tarjetas de felicitación en vez de una herramienta seria para la diplomacia, debido simplemente a su enorme poder. Pocos arquetipos son tan versátiles: la amistad resalta por igual en los niños y en los ancianos, y se aprecia por igual en hombres y mujeres.  (...)   
La amistad no es un elixir que borre las diferencias sino una poderosa motivación para superar la estructura social enemistógena en que vivimos. El racismo es un paradigma en que diferencias obvias conducen a la discriminación y la muerte. Aunque sería ingenuo afirmar que la amistad entre personas de diferentes grupos raciales y étnicos es la solución a problemas sociales tan arraigados, tampoco sirve de nada desestimar la amistad, tachándola de solución privada a un problema público. Las amistades interraciales, así como las amistades entre clases y entre personas de edades dispares, constituyen una parte prometedora de una solución política para un mundo peligrosamente situado al borde del menos amistoso de todos los actos: la guerra.
Los amigos se influyen recíprocamente. Los amigos nos hacen realizar cosas que de otro modo nunca osaríamos. Nuestros votos, protestas, compras y cultos se deben en gran medida a la influencia de los amigos. Las amistades nos ayudan a seguir en la brecha cuando nuestras ideas políticas y opciones personales no tienen éxito. Los amigos nos obligan a reconsiderar nuestras actitudes globales y a prestar atención a aspectos del mundo que de otro modo ignoraríamos. No quiero sobreestimar la amistad, por miedo a simplificar lo complejo. 
Esto me lleva al tercer motivo: la amistad es una relación inherentemente política. Algunos retroceden ante la idea de que sus intimidades sagradas no sean demasiado privadas para la política. Pero en la medida que la amistad es una noción plural capaz de transformar las estructuras que nos aíslan, contiene semillas del cambio social. No sólo somos amigos en el ambiente privado del hogar, sino bajo la luz de la polis, donde otros nos ven y son influidos por nosotros.
Algunas religiones han señalado la virtud de sacrificar la vida por los propios amigos. La historia está repleta de ejemplos de personas que han convertido amistades en movimientos sociales. (...) No es casual que los «camaradas» y los «compañeros/compañeras» de los movimientos políticos se nombren con una palabra que tanto se aproxima a «amigos». 
El peligro, por supuesto, es que la amistad pueda aparecer como amor instrumentalizado. Los contactos y redes pueden sustituir el altruismo como virtud social. No intento confundir estas experiencias tan distintas. Quiero subrayar el hecho de que todas las amistades parten de un sentido implícito de justicia que puede designarse con la palabra «amor», pero que se enturbia y se envía al olvido si no se expresa concretamente en la múltiple lucha por el cambio social que hoy define la política.
Por eso las amistades no pueden quedar implícitas. 
Por suerte, la amistad encuentra expresión en la liturgia y el amor, en el arte y el atletismo, en la comida y la moda, el cuarto motivo para re-valorarla. El arquetipo llega a los amigos donde menos se lo espera. ¿Quiénes son nuestros correligionarios sino nuestros amigos? ¿Y con quién mejor que ellos hacer el amor, hacer niños, hacer un hogar, un camino, un cambio? En nuestro tiempo, especialmente para quienes tienen recursos a su disposición, todo ello es necesario para la calidad de vida que
reclamamos.
Lo que a menudo falta es la expresión simbólica de la amistad, una situación que se remedia con pactos y compromisos, nombramientos y celebraciones que nos recuerdan la riqueza de la amistad, lo que perdemos sin ella, las posibilidades que se acumulan con sólo prestar atención a este poderoso elemento de nuestras vidas. 
La ecología es una expresión cósmica de amistad con una tierra que no es Madre ni planeta, sino nuestra Amiga. La tierra no es una superficie estática sobre la que nos sostenemos, sino la matriz de materia en la que nos encontramos a nosotros mismos. 
Sólo la amistad, el reconocimiento de la unidad, la percepción de la pluralidad, los esfuerzos políticos y el sentido estético, empezando por nuestra supervivencia colectiva, nos llevarán a un futuro seguro.
Los arquetipos tienen sus límites, pero el Amigo, como categoría de la experiencia personal, como nombre de las relaciones voluntarias que más apreciamos, y como impulso transformador para el cambio social, es uno de los arquetipos más poderosos de que disponemos.   

 de: "El Amigo" capitulo del libro "Espejos del Yo"

*  MARY E. HUNT.  teologa feminista, co-fundadora y co-directora de la Alianza de Mujeres para la Teología, Ética y ritual (AGUA), conferencista y escritora sobre la teologia y la etica, con especial atención a la justicia social..








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