miércoles, 11 de enero de 2017

CON - TACTO...


APAPACHAR. ...Significa “abrazar o acariciar con el alma”.  
El apapacho da amor, cariño, apoyo, es un impulso que sale de las entrañas.




* Paula  Perticone.


Tengo un vicio, necesito tocar, APAPACHAR. Palabra de origen náhuatl que no tiene traducción fiel a otro idioma. Significa “abrazar o acariciar con el alma”. El apapacho da amor, cariño, apoyo, es un impulso que sale de las entrañas.
Me mudé de mi lugar natal para comenzar mis estudios universitarios a mis 17 años. Luego volví a mudarme para desarrollarme profesionalmente.  Así que tuve que vivir dos desarraigos. No hay nada como volver a encontrarme con las personas que amo y, sin palabras ni preámbulos, zambullirme en un abrazo. Puedo mitigar mi necesidad de escucharlos o verlos con las facilidades de las tecnologías actuales.  Hasta mi necesidad de mi sentido del gusto u olfato con algún dulce casero de mi mamá o con algunas flores que me recuerdan a mi chacra. Puedo mandar un mensaje, una foto, un audio, una carta perfumada o una caja de chocolates para generar la sensación de la cotidianeidad que tenía con ellos, pero no puedo mandarles mi piel, mis sensaciones corporales, no puedo enviar mis manos para sostener, abrazar o contener.
Lo que me hace saberme viva y vivo al otro es  tocarlo, sentir su calidez, su voluntad en los movimientos, su estar presente. Todo lo mencionado anteriormente puede llegar en diferido, luego de que esa persona no esté más.
Tan desacostumbrados estamos que, ante la circunstancia de un apretujón, no sabemos cuánto tiempo, cuál es la intensidad, cuándo es el momento, y todas las formalidades que me falten, para saber si lo que estamos haciendo es lo correcto. O, si es del otro la iniciativa, no tildarlo de desubicado.
En estos últimos años se ha asociado el tocar a las personas con un sentido sexual. Nos hemos llenado de prejuicios que lo único que hacen es poner al prójimo lo más lejos posible. De hecho, nos desacostumbramos tanto que, aquello que de chicos naturalmente significábamos como amor, hoy nos resulta invasivo. Pensamos, más no sentimos  ¿Quiero o no quiero? ¿Qué me dirían mis tripas si no interpusiera mi cabeza todo el tiempo?
Considero que este alejamiento del otro también nos ha llevado a no saber tratarlo con tacto. No me parece casualidad que esta metáfora, que ha perdurado por años, nos sirva para indicar el trato justo y certero con otra persona.
Desde hace milenios vivimos en una civilización que pone como centro de los sentidos a la vista y en escala al resto, hasta llegar al tacto. Paradójico, porque el tacto es el primer sentido que nos diferencia de nuestra madre cuando por la séptima u octava semana de gestación se desarrolla y nos permite comenzar a tener noción corporal. Con el tacto, siendo niños, comenzamos a incorporar el mundo; el tacto es lo que nos calma cuando lloramos: sentirnos contenidos, sentir que hay un otro. No nos alcanza con la visión, ni con la audición de los más cercanos. Si nos lastimamos, asustamos o alegramos con alguna nueva conquista, corremos a los brazos de nuestros seres amados. Necesitamos tocarlos.
Es el sentido más extenso de nuestro cuerpo y el que mayor espacio ocupa en nuestro cerebro para ser procesado. Algunos estudios indican que se puede vivir sin vista, audición, olfato o gusto, pero que nos sería imposible vivir sin tacto. No sé si estos estudios son definitivos. Pero me detuve unos minutos a pensarme sin tacto y me invadió una sensación de vacío y soledad que me achicharró el pecho, que intuyo que llevada el extremo extinguiría mis ganas de vivir.
Háptico, término poco divulgado, define el tipo de percepción que une a la percepción táctil y a la cinestésica. La táctil es  la que nos brinda información a través de la piel y de forma pasiva. La cinestésica nos brinda información a través de los músculos, articulaciones y tendones de forma activa. El háptico es el sistema más desarrollado en las personas no videntes que les permite aprehender e incorporar de forma directa el mundo que los rodea.  Hay tanta cantidad de energía que ponemos a disposición de nuestros ojos que nos perdemos de vivenciar el mundo y solamente lo vemos a través de la distancias. Cuando tenemos experiencias profundas de placer o displacer, solemos cerrar  los ojos para percibir de manera más certera nuestras sensaciones internas y externas. Una buena comida, una exquisita música, un orgasmo, un abrazo profundamente sentido. Cerramos los ojos para poder derivar mayor energía al resto de los sentidos que nos permiten estar en el aquí y ahora irrepetible.
Cuando nos tocamos, estamos a la vez siendo tocados y tocando. Es un sentido que es inseparable de la presencia de otro.
En su libro ‘La muerte del prójimo’, el analista junguiano Luigi Zoja  expresa: “En comunidades simples, las sensaciones se conservan estables. Pero cuando la sociedad y la técnica se vuelven más complejas, el tacto puede ya no decirnos nada. Empuñando un bastón puedo sentir si toco ligeramente a mi vecino o lo golpeo, lastimándolo. Pero si manipulo los comandos de un avión, puedo bombardear a masas humanas sin percibir en absoluto su sufrimiento. El sentido ético “natural” se corresponde con una percepción directamente táctil del bien o del mal que le hago a un prójimo, cuya alegría o sufrimiento advierto de inmediato. Con la interposición de la técnica (la distancia, incluso literal, que da el vuelo del avión o aún más de los drones), la sensación física y la compasión instintiva ya no están coordinadas entre sí.”

*  Lic. Paula Perticone

  Psicóloga, analista junguiana,  miembro de Campo Vincular Salud .   Articulo publicado en la revista Ahora.  http://www.revistaahora.com.ar/

Fotografia: Elena Shumilova


No hay comentarios:

Publicar un comentario